El segundo
asesinato
de Ernesto Guevara
por
Osvaldo Coggiola
Se puede aceptar o no la definición de Jean Paul Sartre: el Che fue el mayor ser humano del siglo XX. En cualquier hipótesis, está más cerca de la verdad que de la canonización del Che Guevara, su transformación en ‘mito’, coincidente con el ‘descubrimiento’ de sus restos mortales, y con el trigésimo aniversario de su asesinato por el imperialismo americano y el ejército boliviano.
Alejados de la historia, la persona y su programa pasan a ser parte de la mitología, o sea, a situarse en un círculo intangible para el común de los mortales. En el caso del Che se lo convierte en un símbolo admirable, pero convenientemente muerto, de los ‘locos años 60’, de sus aspiraciones utópicas e ingenuas, algo así como un Jimi Hendrix del marxismo, compartiendo con éste una especie de vocación suicida debido a sus propios excesos.
En esa línea, Rogelio García Lupo constata perplejo: "El tiempo tornó madura la figura del Che hasta convertirla en el símbolo de una generación, pero también cobró su precio. El Che, que representa más que todo a la generación de los años 60, es aceptado también por sus enemigos, desde los ideológicos hasta quienes lo combatieron, lo acorralaron y terminaron por darle muerte" (1).
"Darle muerte" es la púdica y, ahora oficial, designación de lo que no fue sino un asesinato a sangre fría, cuyos responsables personales —por ejemplo, el actual presidente boliviano, general Hugo Banzer Suárez, o el ex mayor Gary Prado Salmon, diputado por el ‘Movimiento de la Izquierda Revolucionaria’— o institucionales —los organismos de ‘inteligencia’ (?) de los EE.UU.— están perfectamente vivos e impunes, gozando hasta de una cierta celebridad por su ‘acción’ (matar con una ametralladora a un hombre herido y desarmado). Como afirma Andrés Roldán: "Aquellos que en 1967, con el apoyo y bajo el comando de la CIA y el Pentágono, persiguieron implacablemente, hasta exterminarla, a la pequeña y aislada columna guerrillera con fuerzas cien veces superiores, hoy quieren aparecer como adversarios caballerescos de una justa medieval" (2).
La palma de oro de la idiotez es para un cierto Brook Larmer, quien desde las columnas de la ultrareaccionaria Newsweek de julio, después de enumerar las razones que convirtieron a Guevara en apto para todo tipo de ‘marketing’, resume: "Parece representar en este mundo consumista, un ideal de pureza, el paradigma del hombre honesto, desprendido y en busca de perfeccionar su personalidad. Además de eso, murió joven, a los 39 años, era bonito y quedaba muy bien con la boina del Ejército!".
Pero esa ‘pureza’ de consumo individual o hasta religiosa (uno de sus biógrafos recientes, Jon Lee Anderson, afirma que "la conversión del Che a la política se da con la iluminación de un santo, claro que un santo decidido a acabar con quien se atravesase en su camino") (3), es convenientemente disociada de las ideas políticas del Che, que otro biógrafo, el mejicano Jorge Castañeda, describe como irreales para aquel momento, y anacrónicas hoy: "Guevara está totalmente disociado del significado de la acción y del discurso político, de los cambios sociales y de la iconografía actual; pero los tiempos que evoca forman parte de la memoria que el mundo cultiva por tiempos mejores, aunque éstos nunca lleguen" (4).
Si todo esto fuera verdad, cabe preguntarse por qué Guevara fue cruelmente asesinado con la intervención de la CIA, que envió un agente ejecutor, el cubano ‘gusano’ Félix Rodríguez, hasta hace poco ‘en actividad’, sindicado como la conexión hondureña de Oliver North en el escándalo ‘Irán-contras’. Por qué no fue simplemente apresado, usado como símbolo del fracaso de la ‘subversión comunista’ y hasta utilizado por la dictadura boliviana como rehén y elemento de chantaje contra Cuba, ofreciendo un cambio del hombre derrotado por presos cubanos contrarrevolucionarios, del mismo modo que Pinochet usó la prisión del dirigente del PC chileno, Luis Corvalán, para canjearlo en un golpe de propaganda, por la libertad del disidente (anti) soviético Vladimir Bukovski. El propio Castañeda consigue establecer la participación total de la CIA en la persecución y asesinato planeados de Guevara, a través de testimonios de sus más altos ‘dignatarios’ (con los cuales Castañeda parece gozar de facilidades de tránsito sólo comparables a las que posee con la izquierda latinoamericana) (5).
En su momento, el periodista Ciro Bianchi Ross especuló sobre las causas de la cobardía asesina: "Conducirlo a La Paz sería una locura. Someterlo a juicio resultaría contraproducente, porque delante de un tribunal no tardaría en convertirse de acusado en acusador. Encarcelarlo sin un proceso judicial tampoco sería aconsejable, pues la opinión mundial intercedería en su favor. No obstante, mantenerlo vivo constituiría un peligro para los gobiernos boliviano y de los países vecinos. Por lo tanto deben asesinarlo" (6).
Esto es sólo parte de la verdad. El asesinato del Che Guevara (y el de Fidel Castro) habían sido decididos institucionalmente como objetivos de Estado por los EE.UU., desde que la revolución cubana se encaminó por el camino del antiimperialismo consecuente y del socialismo. El bien informado periodista Tad Szulc afirma: "En 1961, poco después del fracaso de la invasión de Bahía de los Cochinos, en Cuba, por una brigada de exiliados cubanos patrocinados por los EE.UU., el presidente John F. Kennedy leyó el manual del Che Guevara sobre la guerra de guerrillas. El paso siguiente fue ordenar al ejército de los EE.UU. que abriese una escuela de contra-insurgencia en Fort Bragg, Carolina del Norte" (7).
Nada es más grotesco que describir la muerte de Guevara como el justo precio por sus ‘errores foquistas’, o como la de alguien que ‘murió’ víctima de sus propios métodos. No obstante, ese es el camino que recorren los biógrafos Anderson y Castañeda, los cuales, bajo el pretexto de la ‘objetividad histórica’, describen al Che como "idealista" pero, al mismo tiempo, "implacable y despiadado". El propio Tad Szulc lo pinta como "una mezcla de Trotsky, Robespierre y ... Torquemada". Pero el asesinato de Guevara no es comparable con la responsabilidad que le cupo por la muerte de diversos agentes de la represión y torturadores de la dictadura de Fulgencio Batista, en Cuba. El Che reclamó para sí las principales responsabilidades, al tiempo que era contrario a cualquier forma de venganza. "Después de la fuga de Batista, Guevara se convirtió en comandante de La Cabaña, el principal fuerte de La Habana, y presidió el juzgamiento de varios capangas del dictador, 55 de los cuales fueron ejecutados. Guevara trató de cerciorarse de que esos hombres fueran realmente culpables de las brutalidades por las que eran acusados. Sus procedimientos judiciales, por más rudimentarios que fuesen, impidieron el linchamiento que, de otra forma, habría sido general. Para el Che, desmantelar la vieja máquina militar era condición indispensable para realizar la revolución social" (8).
La crítica al foquismo no puede hacerle ninguna concesión a su caricatura burguesa-imperialista-democratizante. Para Guevara, el factor revolucionario esencial no era la ‘voluntad iluminada’ de un puñado de hombres armados, sino la propia revolución cubana, a la que veía como inicio de la revolución latinoamericana, lo que era objetivamente correcto, como lo comprobaron los procesos revolucionarios de los años 60 y 70 en Santo Domingo, Bolivia, El Salvador, Nicaragua (para no hablar de las fantásticas insurgencias obreras de la Argentina, Chile, Uruguay, Perú). Revolución que defendió por medio de su propia fuerza interna, contra el aislamiento al que pretendía confinarla el ‘gran acuerdo mundial’ EE.UU.-URSS, que presidió la (mal) llamada ‘guerra fría’, puesto en evidencia en la ‘crisis de los misiles’ de 1962, cuando afirmó: "Todos conocen el verdadero peligro de la Revolución Cubana. Los países más dependientes y, consecuentemente, más cínicos, hablan del peligro de la subversión cubana y tienen razón. El mayor temor al peligro de la Revolución Cubana está en su ejemplo, en su divulgación revolucionaria, en que el gobierno ha podido percibir el poder de este pueblo, dirigido por un líder de influencia mundial, elevado a alturas pocas veces vistas en la historia".
"Es el ejemplo atemorizador de un pueblo que está dispuesto a inmolarse atómicamente, para que sus cenizas sirvan de amalgama a las sociedades nuevas, y que, cuando se llega, sin consultarlo, a un acuerdo por el cual se retiran los misiles atómicos, ese pueblo no suspira de alivio, no da gracias por la tregua, sino que sale a las calles para hacer oír su voz propia y única; hacer sentir su posición combatiente, propia y única, y su fuerte decisión de lucha, así como fue contra todos los peligros y contra la misma amenaza atómica del imperialismo yanqui".
En la condena sin apelaciones de la guerrilla, que es sólo un método de lucha, se esconde la tentativa de eliminar a la voluntad humana como un factor consciente capaz de transformar la realidad. Pero más que los errores teóricos del foquismo (que fueron teorizados más por Regis Debray que por él mismo), lo que le faltó a Guevara, en su salida de Cuba hacia el Congo, primero, y después a Bolivia, fue: a) una apreciación objetiva de las relaciones políticas de fuerza entre las clases en los países latinoamericanos; b) una apreciación sin ilusiones de las fuerzas políticas en las cuales pretendía apoyarse para desencadenar el proceso revolucionario, especialmente los PCs, entre ellos el boliviano, que fue acusado de traición (sobrevolando hasta la sospecha de delación) contra la guerrilla del Che, por la dirección cubana. El propio Che tenía una intuición clara cuando pretendía también apoyarse en otras fuerzas políticas, incluidos los trotskistas (10).
Pero también Fidel Castro, en entrevista a Gianni Miná, en 1987, "intentó explicar (sin convencer) porqué no ayudó a Guevara en Bolivia", después de haber alentado su ida. En esto, como en otras cosas, la dirección cubana no fue consecuente, lo que ilumina su curso actual: "Los tiempos cambiaron y, entonces, el Che no puede ser más un ejemplo, siendo mejor que se transforme en una estatua en memoria a los primeros momentos de la revolución, ahora olvidados. Cada vez más, Castro habla de las acciones aisladas de Guevara; cada vez menos se refiere a sus ideales. Despolitizado, despojado de su carga ideológica más intensa, el Che es colocado en el panteón de los mártires, símbolo muerto de la nación" (11).
La ida del Che a Bolivia no se explica por ser poseedor de un valor moral diferenciado, de un "espíritu indomable" único, o por un "humanismo revolucionario" que le sería propio (12). Fue la salida política (discutible) para un conflicto político que lo había llevado, según Tad Szulc, a "hacerse de enemigos en todos los sectores del PC cubano", especialmente en aquellos provenientes del viejo PC stalinista. Las divergencias se referían a la subordinación creciente a la burocracia de la URSS, bajo el pretexto de la "ayuda económica", cuando aquélla "vendía petróleo (a Cuba) a precios de mercado mundial, o sea, fijados por los grandes monopolios internacionales, precio que contiene una tasa de ganancia muy elevada" (13). El Che denunció esta vergüenza sin medias palabras: "¿Cómo puede significar ‘beneficio mutuo’ vender a precios de mercado mundial las materias primas que cuestan sudor y sufrimientos sin límites a los países atrasados y comprar a precios de mercado mundial las máquinas producidas en las grandes fábricas automatizadas de hoy? Si establecemos este tipo de relación entre los grupos de naciones, debemos convenir que los países socialistas son, de cierto modo, cómplices de la explotación imperialista. Se puede preguntar si el valor total del intercambio con los países subdesarrollados no constituye una parte insignificante del comercio exterior de estos países. Es una gran verdad, pero no elimina el carácter inmoral de ese comercio".
Contra la ‘coexistencia pacífica’, el Che llamó a crear "dos, tres, muchos Vietnam" y, para América Latina, a defender "la revolución socialista (contra) una caricatura de revolución". El Che también condenó la defensa hipócrita y la ayuda en cuenta-gotas de la URSS y de China a Vietnam en lucha contra el imperialismo yanqui. Está claro que, como afirma el "comandante Benigno" (guerrillero cubano que acompañó al Che en Bolivia): "El Che tenía un pensamiento distinto del resto de los dirigentes... Eso se revela cuando pronuncia el discurso de Argel (1963). Allí marca su línea política que es repudiada por los soviéticos y por los socialistas... hubo una cierta presión de los gobiernos socialistas sobre Castro. Eso obligó a discusiones más profundas entre Castro y el Che... Para la Unión Soviética el Che se convierte en un antisoviético. Algunos lo califican de trotskista o algo parecido. Esto no era de conocimiento del pueblo cubano sino de algunos dirigentes" (14). Pero el Che no llegó a elaborar programáticamente sus divergencias, dándoles tan sólo una salida empírica (la acción contra la pasividad).
Criticando a uno de sus biógrafos recientes, Tad Szulc afirma que "Anderson no dice claramente que Fidel había decidido que era la hora de librarse del Che por cuestiones que tenían que ver con Cuba (y también con los soviéticos). Pero deja claro que el argentino ya no era más útil". Las "cuestiones que tenían que ver con Cuba" se refieren a las señales de burocratización interna, ya evidenciadas en el "debate económico" del los inicios de los años 60 (cuando el Che combatió propuestas de burocratismo dirigente y también de ... autogestión financiera de las empresas) y que reflejaban la subordinación creciente a la burocracia rusa. En agosto de 1971, el principal sindicato (el de la industria del azúcar) resolvió que "el sindicato se esforzará en reforzar la disciplina del trabajo, cuidando que los trabajadores hagan su deber para con la sociedad". La emergencia de un poder burocrático que licuaba la gestión obrera ya era evidente.
Tad Szulc dice mucho más de lo que piensa cuando afirma que "supongo que el Che, ese ideólogo de honestidad a toda prueba, recularía del camino tomado por Fidel en los últimos años: dolarización de la economía, incentivos a la inversión extranjera, relaciones amigables con la mayoría de los presidentes latinoamericanos democráticamente electos (idea totalmente repudiada por el Che) y, la primera visita del Papa Juan Pablo II a la isla, programada para enero próximo". Ciertamente, y mucho más sabiamente todavía, el Che no acordaría con la reconciliación de la revolución con sus enemigos históricos pues, en ese caso, habría sido inútil.
En Bolivia, el Che no se proponía tomar el poder a partir del foco guerrillero, ni repetir la epopeya del Movimiento 26 de Julio en Cuba, sino montar una base para la actividad revolucionaria en diversos países. En el recuerdo del "comandante Benigno" (Daniel Alarcón Ramírez): "En nuestro planes debíamos terminar el 30 de junio con los bolivianos, argentinos, brasileños y peruanos, en una primera etapa, para convertirnos luego en asesores de la lucha en cada uno de esos países, como soldados listos para actuar" (15). Estos planes fracasaron, pero...
La derrota del Che fue política, no histórica. La crítica de sus errores políticos es tan vital para el movimiento de los trabajadores y la juventud, como la preservación de su memoria revolucionaria. Esta debe ser defendida hoy contra su segundo asesinato: el de quienes quieren transformarlo en portador de una ‘moral utópica’ y anacrónica, en un ‘mito’ susceptible de convertirse en estatua, en vez de un hombre que entregó su vida a la lucha por la revolución socialista latinoamericana e internacional, dejada pendiente por una historia, nada mitológica, que está bien lejos de haber concluido.
Notas
1- Rogelio García Lupo, "Un símbolo que maduró con el tiempo", Clarín, Buenos Aires, 13/7.
2- Andrés Roldán, "Che Guevara", Prensa Obrera nº 548, Buenos Aires, 17/7.
3- Jon Lee Anderson, Che Guevara. Una biografía, Sao Paulo, Objetiva, 1997.
4- Jorge Castañeda, El Che aún guarda enigmas, Clarín, Buenos Aires, 3/1/96.
5- Jorge Castañeda, Che Guevara. Una vida en Rojo, Sao Paulo, Compañía de las Letras, 1997.
6- Apud. Alejandro Torres Rivera, "Che, el combatiente", Pensamiento Crítico nº 84, San Juan de Puerto Rico, 10/96.
7- Folha de Sao Paulo, 4/5.
8- Robin Blackburn, in The Guardian, 15/6.
9- Apud. Rodrigo Gicés, Che Guevara. El Hombre Nuevo, Buenos Aires, CEAL, 1971.
10- Cf. Luis Bruschtein, Che Guevara, Buenos Aires, CEAL, s.d.p.
11- Carlos Haag, en O Estado de Sao Paulo, 4/1.
12- Cf. Michael Lowy, "El humanismo revolucionario del Che". Em Tempo nº 221, Sao Paulo, 10/87.
13- Jacques Valier, "Cuba 1968-1971: le développement des déformations bureaucratiques et des difficultés économiques", Critiques de L’ Economie Politique nº 6, París, enero-marzo 1972.
14- La Prensa, 29 de junio de 1997.
15- "La guerrilla en Bolivia no era el objetivo del Che", Clarín, 24/12/95.